La Final – Crónica del Asesor Pirincho

La final (Por El Asesor Pirincho)

 

La anunciada amenaza de la lluvia jamás llegó. En la fría noche del jueves, una muchedumbre multicolor colmó las canchas para asistir a la jornada final del PFE. Mientras los miembros de la comisión se multiplicaban como conejos para jugar, planillar o atender la parrilla, los más chicos emulaban a sus padres tirando pelotas al hospital militar y los espectadores devoraban choris en las tribunas, disfrutando los cotejos preliminares por el tercer puesto de la Suruga (Uruguay venció al Portugal de un legendario Chalá que anuncia un retiro improbable) y la World Cup (Alemania venció a una Croacia con bajas). Al mismo tiempo, la previa en la cancha 1 ofrecía la final de la Milk Cup entre la Suiza de Coqui Cattelani –quien pretextando una reunión de trabajo ordenaba el equipo desde Aruba por handy con su ayudante “Inodoro” Re– y el Japón del presidente Blanc, en un partido trabado que sólo se definió al final por la mayor solidez de los nipones y los goles de un endiablado Petronio.

 

A la hora señalada, por fin, llegó la comisión a la cancha. Luego de que Gendarmería tardara un buen rato en expulsar del predio a Zogbi, Muro, Duberti y el resto del elenco japonés, que daba más vueltas olímpicas que Carlos Bianchi, la terna arbitral (eran dos pero por lo ancho de uno y lo alto del otro podemos contar tres) convocó a las alineaciones de Nigeria y Arabia para la esperada final de la World Cup 2018.

 

Los opinólogos vaticinaban un match de resultado incierto entre una Arabia que ataca siempre y una Nigeria que domina a la perfección el arte de achicar espacios y salir rápidamente de contra. El entrenador africano dio a conocer el libreto: el gran Leo Goñe en la valla, Ortiz, Diez y el MVP Binner apretaditos atrás, y adelante Alberione, el incansable talibán cordobés. Con Serra lesionado y González García bajo estudio, aguardaba en el banco un afilado Gianelli. Por su parte, los árabes resolvieron buscar el resultado desde el minuto uno y presentaron una alineación sin sorpresas: el capitán al arco, Schmidt y Lascano en la zaga, Van der Heyden al medio y arriba Amieiro; en el banco, motivándose con las canciones “con eco” de Cachi Grassi, aguardaban el glamoroso cantautor, el joven Lanari y los jeans de Cybulka, prestos para la rotación.

 

Los árbitros dieron el pitazo inicial. Por los nervios de la final, o vaya uno a saber por qué, se percibió de inmediato que no parecía ser la noche de los árabes y que, con la experimentada base del PSG campeón, Nigeria sería un rival complicadísimo. En efecto, por primera vez en el año, justo en la final, los saudíes se vieron superados claramente en cada sector de la cancha. En pocos minutos toda la solidez defensiva que habían exhibido en la semifinal contra Alemania se desmoronó como un castillo de papel –y por momentos, de hecho, hasta podría decirse que los africanos les dieron un baile: Goñe se acostaba para tapar todo como un placard de melamina naranja; los implacables defensores no dejaban darse vuelta a los delanteros rivales; un excelente Binner, ordenado y tiempista, desmentía los rumores de lesión y anulaba a Van der Heyden, y Alberione parecía poseído por el espíritu de Rivaldo. Para colmo, apenas entró a la cancha un iluminado Gianelli manufacturó el primer tanto con un gran desborde a lo Turco García, seguido de un quirúrgico centro atrás que Alberione empujó al gol. Arabia era la imagen del desconcierto: no salía nada bien, el equipo se alargaba o se partía, Amieiro se tropezaba solo, Van der Heyden no podía armar media jugada, Schmidt perdía con Alberione, Lascano con Gio y para colmo el golero saudí se sumó al desbande general haciéndose un gol insólito con un buscapié en un córner. Antes de que los saudíes pudieran reaccionar, Alberione volvió a marcar definiendo tres veces solo ante la llamativa pasividad de la defensa. Buscando contener el desastre, el técnico saudí apuró entonces la rotación mandando a cancha a Grassi, Cybulka y Lanari, y el equipo mejoró un poco con un fierrazo de Cybulka que dejó el ángulo temblando y un solitario descuento de cabeza de Van der Heyden. Pero, con un Goñe sólido, una defensa férrea y un ataque eficaz, el orden nigeriano estaba intacto: Binner marcó el cuarto con un gran tiro libre al ángulo y hasta pudo aumentar la ventaja con alguna llegada más.

 

Cuando el árbitro pitó el final de la primera etapa, las caras de la hinchada saudí lo decían todo.

 

Los nigerianos fueron al descanso del entretiempo satisfechos con su contundente actuación: habían hecho el partido ideal. Para los saudíes, en cambio, el panorama era más negro que Nwankwo Kanú: un 1-4 contra una Nigeria especialista en abroquelarse atrás parecía irreversible. Entonces se dieron dos hechos cruciales. Mientras se comprometían a matar o morir, porque peor que en el primer tiempo no podrían volver a jugar nunca, el hijo del capitán saudí se acercó al banco y sentenció: “Pa: ¡me dijiste que Arabia era un buen equipo y son chotísimos!”. Por si fuera poco, llegó al mismo tiempo la previsible comunicación de Riad, con los jeques preguntando qué estaba pasando. Transpirando más que Wilmar Barrios solito en el mediocampo xeneize, el entrenador respondió que el fútbol no es una ciencia exacta y que a veces pasan estas cosas. Luego insinuó que hay que tener paciencia con un equipo que había brindado grandes festivales futbolísticos y logrado un récord histórico de puntos. Los jeques contestaron que todo eso estaba muy bien, y que ellos comprendían: pero que hicieran algo pronto, o el viernes terminaban todos en pedacitos como el pobre Jamal Khashoggi.

 

Con semejante caricia moral Arabia salió a la cancha a enfrentar su destino. La consigna era clara: a la carga Barracas. Los nigerianos se dispusieron en orden. El juez pitó el inicio del complemento y los saudíes comenzaron a jugar tan bien como mal lo habían hecho en el primer tiempo. Ni siquiera la rápida lesión del “correcaminos” Lanari impidió la tormenta de arena que llegaba desde Arabia. Con Schmidt, Lascano, Cybulka y Grassi turnándose para defender mano a mano en mitad de cancha y Amieiro y Van der Heyden presionando la salida nigeriana desde el área, comenzaron a llevarse por delante a su rival. Todos salían jugando desde abajo, aparecieron las sociedades, se aprovechó el ancho de la cancha y surgió el toque en velocidad.

 

El entrenador saudí comenzó a meter cambio tras cambio buscando fundir a los nigerianos en una carrera de presión. El orden nigeriano comenzó a agrietarse. Los fatigados Binner y Alberione se vieron obligados a retroceder junto a sus defensores y los contragolpes nigerianos se hicieron cada vez más esporádicos. Los zagueros saudíes anticipaban en mitad de cancha y pasaban al ataque, The Flying Dutchman comenzó a aparecer en toda su dimensión y una vez que se soltó nunca más nadie pudo volver a detenerlo. A poco de comenzar el segundo tiempo, dejó parado como una estaca a su marcador y habilitó certeramente a Amieiro, que desempolvó al manual del delantero para definir con categoría a un palo. Con el 4-2 tambaleaba la fortaleza nigeriana y los saudíes creyeron definitivamente que la hazaña era posible. El capitán saudí exigía un esfuerzo más a sus players hasta quedar afónico y, en cinco minutos vertiginosos, éstos respondieron enhebrando una ráfaga de goles que dio vuelta el partido. Primero Ortiz bajó a Amieiro en la puerta del área y en el tiro libre Van der Heyden clavó un bombazo en un palo. Luego los saudíes salieron jugando con tantos toques que hasta se sumó involuntariamente Claudio, que armó una pared involuntaria con un Holandés que aprovechó para incendiar la banda derecha a velocidad warp y tocar por encima de la salida de Goñe. Y, a los pocos segundos, Marcos “tres finales tres” Lascano se proyectó por la izquierda y ante la marca de Binner colocó el balón en el palo más lejano del guardavallas al mejor estilo del Palomo Usuriaga. Ahora los que no podían creerlo eran los nigerianos, a quienes los ocho pulmones de Binner y Alberione no les alcanzaban para tapar los agujeros. Y todavía faltaba, porque fiel a su estilo Arabia fue por más: Van der Heyden y Amieiro superaban a los marcadores para quedar mano a mano y definir con precisión demoledora, provocando auténticos descalabros en el área rival que terminaron con un nuevo gol en contra. El solitario descuento de Ortiz, aprovechando la desatención saudí por una discusión con el árbitro, no logró detener el torbellino árabe: Van der Heyden volvió a someter a Goñe y en el final Cachi Grassi, el jugador franquicia, se sintió Jordi Alba (luego de una docena de medialunas), escaló la banda izquierda y, mano a mano con el temible Goñe, no se apuró: amagó y amagó hasta que coló el balón a la red para sentenciar el 10-5 definitivo.

 

Cuando el árbitro pitó el final, estallaron los festejos. El segundo tiempo de Arabia había sido prácticamente perfecto. La euforia estaba justificada: no todos los días se puede remontar una diferencia de tres goles ante semejante rival luego del brillante primer tiempo que había hecho, con grandes jugadores y un plantel caballeroso y leal pero ordenado, metedor y que sabe muy bien a qué juega. Los sicarios de los jeques guardaron las cimitarras: nadie le cortaría nada a nadie. La final coronó lo que este cronista juzga como un merecido campeonato de Arabia: el equipo más goleador, el menos goleado, el que siempre jugó a ganar ante cualquier rival y en cualquier circunstancia. Y, por sobre todas las cosas, terminó de forjar un gran grupo. En la noche que languidecía, el epílogo volvió a mostrar lo mejor del PFE: el saludo respetuoso con los rivales de hoy y los compañeros de ayer o de mañana, el trabajo generoso de la comisión, la vuelta olímpica en familia, el avioncito (en algunos casos cazas y en otros –los campeones ameritan un manto de piadoso anonimato– Hércules en caída libre), Fede “Vhits” repartiendo choris y la presencia de ex campeones de Arsenal, de Inglaterra y de otros tantos equipos gloriosos.

 

El festejo siguió en Falucho. Cuando llegó la cuenta, era más larga que subir la barranca de Maure a las 7 am. Pero ya nada importaba. Llegó el final del camino. Arabia campeón del PFE 2018.